La calidad del empleo que se está creando en España

A raíz de las últimas estadísticas de empleo se ha avivado, si cabe, la disputa sobre la calidad del empleo creado en España en estos años.

Dado que las cifras y, sobre todo, su evolución inhabilitan un discurso catastrofista para la oposición, que siempre niega que las bases para una fuerte tendencia al alza del empleo vienen de reformas en la normativa laboral dirigidas a facilitar la flexibilización de los contratos, las críticas a la actual creación de empleo se centran en su mala calidad, destacando dos aspectos al respecto: la temporalidad y los bajos salarios.

A su vez, el Gobierno se defiende observando que la contratación indefinida lleva 39 meses consecutivos incrementándose; que el porcentaje de asalariados indefinidos es del 75% del total, en tanto que los contratos con duración inferior a un mes representan tan sólo el 0,87%, y que la contratación temporal de corta duración se mantiene estable a lo largo de la serie que ofrece el Ministerio de Empleo. Añade la ministra Fátima Báñez que "la reforma laboral está hecha" y que, de cara a la mejora de los salarios, lo que el ministerio busca es el acuerdo entre agentes sociales para renovar, en 2017 y 2018, la negociación colectiva en diferentes mesas.

Lamentablemente así, con los discursos de la oposición, rancio y enquistado, y del Gobierno, autocomplaciente y conformista, no mejoraremos las distorsiones, desajustes e impedimentos que realmente tiene nuestro mercado laboral y que emponzoñan nuestro crecimiento. Porque gran parte de esos problemas son más profundos y se encuentran también en nuestro acervo cultural y costumbres: incentivos, responsabilidades, educación y formación, estructura productiva e industrial, usos y hábitos empresariales...

Jean Tirole, Nobel de Economía de 2014, afirmaba recientemente que "los franceses son los trabajadores más protegidos del mundo, pero no son felices en su puesto de trabajo". Desde luego, la expresión del electorado francés parece corroborar tal insatisfacción, no solo con el inaudito apoyo a la ultraderecha, sino por el descontento con la clase política tradicional, que dice muy poco en favor de la actuación de esos partidos durante décadas sobre los trabajadores de toda índole y sus expectativas. Decía Tirole que incluso los empleados fijos más favorecidos o protegidos perciben cómo los privilegios obtenidos los atan a sus puestos de trabajo, que no abandonan para mejorar su situación, aunque lo deseen, porque perderían buena parte de los mismos. El resultado es una legislación laboral muy rígida, derrochadora de recursos, cara y generadora de déficit, y muy ineficiente.

La calidad del empleo no es tanto la temporalidad, aunque también, y se entiende lo que expresan quienes de ello se quejan, el salario o la adecuación del empleo a la formación. ¿Qué salario es adecuado si para determinados puestos hay mucha gente y para otros hay una escasez abismal, pese a los cuatro millones de desocupados? ¿De qué sirve ostentar varios títulos si no es posible contrastar su calidad, capacitación o empleabilidad? Incluso, ¿de qué sirve un título concreto si no hay demanda de ese tipo de profesionales o, por el contrario, hay una hiperinflación de personas formándose en ese terreno? ¿Cuál espero que sea el salario o la posibilidad de empleo en tales casos? Si nuestra estructura empresarial y productiva son las que son, con más del 99% de pymes o una fuerte estacionalidad, ¿no es razonable que determinadas profesiones muy especializadas o técnicas, por ejemplo un ingeniero cualquiera, tengan mejores perspectivas en otros países, por muy valoradas que estén aquí? ¿Realmente entendemos que la panacea es la no movilidad laboral y, como antaño, el mantenimiento de un mismo y único puesto laboral para toda la vida? ¿De verdad pensamos y observamos, que una renta básica o la subida del salario mínimo resolverán estos problemas? Todo ello se refleja también en nuestra productividad y, por tanto, en los salarios.

En última instancia, la calidad del empleo depende de oferentes, demandantes y de la calidad de reglas y normas que ordenan el mercado laboral y establecen quienes regulan y vigilan por el cumplimiento de acuerdos y contratos en el mismo. Una legislación o normativa más ágil y eficiente, también menos costosa, compleja y entrometida, en la búsqueda, conexión y ajustes de desequilibrios entre demanda y oferta en el mercado laboral, junto con cambios sustanciales y adecuados en el capital humano, tecnológicos, mentalidad empresarial, estructuras productivas e incluso en otros aspectos (impuestos, estructura financiera de la Seguridad Social) o sectores (energía, telecomunicaciones, distribución, vivienda, educación, etc.), cuyos costes también repercuten en los procesos de contratación, son aspectos a considerar para mejorar la calidad del empleo. Es más fácil decirlo que cambiar las tendencias enquistadas; y tampoco se logra a golpe de BOE, como todos los políticos pretenden.

Fuente: El Economista